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Son quince mis alumnas
de arpillera en la cárcel. De las quince, nueve al menos vienen de
familias pobres, cinco de ellas me cuentan que estuvieron en el
Sename en su infancia. Las primeras clases son algo esquivas, solo
las que bordan mejor muestran más interés. La primera clase me
preguntan si pueden llevar música, digo que si, la segunda la llevan
y la ponen tan fuerte que no se puede hablar. Pido que la bajen.
Gritando me dice la dueña de la radio que yo había dicho que se
podía llevar. Yo subo el tono de mi voz y digo que la baje, que yo
soy la profesora y que no puedo explicar lo que haremos si no me
escuchan. De mala gana baja la radio, varias la apoyan.
Las telas y
los hilos apaciguan el ambiente, generan lazos, son bálsamos en una
sala colorida, luminosa y acogedora en honor a la verdad.
La pseudoburguesa
profesora de arpilleras “piensa que lo ha pasado mal el último
año”, tanto embrollo innecesario, tanto titular tóxico y dañino.
Haciendo clase en la cana siente el alivio de ser anónima, ahí no
ven tele, ahí nadie pregunta.
Una sala, una gran
mesa, cada una sentada en su silla de bordadora, de aprendiz, de
experta, de nula, todas con una aguja, hilo, un trapito y una tijera
con punta en la mano. Una estantería, las mujeres como libros, uno
al lado del otro, detrás de cada nombre una historia.
Libro uno. Tiene 48
años, no terminó la escuela, siendo niña la mandaban del campo a
la caleta a vender verduras. A los 14 se enamoró de un pescador, se fue de la
casa, tuvo hijos. Tuvo su propia lancha y se hizo pescadora. La mar y
las leyes se pusieron malas, era mejor traficar.
Libro dos. Cuando
estaba en el liceo se dió cuenta que a un bolsa de cincuenta lucas
de marihuana le sacaba el triple. Su padre estaba en la cana, a veces
no había que llevarle, así que había que hacer monedas. Trafica en
el campo, le vende a los huasos, pero también va a vender a las
discos. Cae presa con la mamá, borda bien, quería ser trabajadora
social. Su mamá sale antes y le cuida a su hija, la que tuvo con un
cuico que se la quiso quitar. Es regalona, le llega una encomienda
mientras está en clase, es una bata peludita, una que abriga, se la
pone.
Libro tres: Tiene
veinticinco años y tres hijos. El mayor tiene diez, el otro siete y
el más chico se murió. Yo no pregunto, digo que lo siento, no se
preocupe dice ella.
Libro cuatro: Me
cuenta. Estaba tan drogada que desperté en una casa, no sé como
llegué ahí. Tenía puestas unas zapatillas que no eran mías, así
que estoy por robo en casa habitada. Yo era secretaria de un
kinesiologo de un equipo famoso. Me metí en las drogas por pena. Dos
segundos dura la felicidad de fumarse un mono, pero cuando la vida es una
mierda, dos segundos felices es harto profe.
Libro cuatro: Traficaba
en grupo, eso es asociación ilícita. Yo era consciente de lo que
hacía. No ve a mis hijos desde que cayó, ahora están con su ex
esposo, él les dijo que está en el hospital y a mí me parece bien,
este no es un lugar para ellos, dice.
Libro cinco: Explica.
Cuando niña tuve una accidente, me dané el cerebro, por eso estoy
en primero básico, porque no sé leer. Me salen lindas las letras
pero me cuestan, es más fácil sumar.
Libro seis: Me traté
de ahorcar profe, por eso tengo esta cara. Se acuerda que le dije que
yo cuidaba a mi mamá cuando estaba afuera? Se murió hace unos días
y no me dejaron ir al funeral porque no hay personal, no ha habido
todos estos días. El que traficaba era mi marido, pero yo di cara.
Tengo dos hijos y mi marido los dejó, ahora los cuida mi papá, él
también está enfermo.
El problema no es que
salgan tantos reos a la calle, el problema es que le han metido a la
ciudadanía en la cabeza que las cárceles son contenedores de
"residuos sociales". En la fantasía social frenética,
imaginan que "la escoria", aquello que es mejor dejar de
ver, dejar de integrar, desapareció, se esfumó. Tantas veces
pareciera que creen que son una especie de incineradores donde la
delincuencia desaparece y se pulveriza. No delire si no conoce lo que
pasa dentro de una cárcel, no juzgue si no sabe quienes son los que
componen la población penal, no elucubre sino conoce el presupuesto
y infraestructura con la que se cuenta para rehabilitar.
Si por un segundo cree
que su vida es o ha sido una mierda, vaya a hacer clases a la cana, escuche las historias de vida de las presas,
se lo aseguro, sentirá alivio de no estar ahí, sentirá que al menos usted si puede
salir de ahí rehabilitada.
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